jueves, 1 de enero de 2009

PEPITO, el conejito haragán





PEPITO, el conejito haragán

Había una vez un simpático conejito llamado PEPITO, que era el más haragán de todos los conejos.

 Se pasaba todo los días sentado en el tronco de un viejo árbol con una flor en la boca y mirando el ir y venir de los pajaritos.

Cuando se aburría de mirar los pajaritos se iba a corretear por las flores, a cazar las alegres y brillantes mariposas.

¡Era muy lindo correr entre las margaritas y las violetas!

Cuando se cansaba de cazar mariposas, le pedía prestado el violín al simpático Tío Grillo, y salía rapidito para el bosque tocando y bailando, sin acordarse para nada de ir a la escuela y estudiar o ponerse a trabajar.

Pero un día, encontró a su Mamá llorando.

-¿Por qué lloras, Mamita?- preguntó Pepito.

-Porque ya estoy muy vieja, y no puedo buscar zanahorias para comer. Y porque el techo tiene muchas goteras…

Entonces, al ver a su Mamá tan triste Pepito también se puso a llorar, porque él quería mucho a su Mamá.

Esa misma mañana pidió una pala a los enanitos del bosque, y se fue a buscar zanahorias para que su Mamá no llorara más.

Después, fue con el Señor Oso y le pidió prestadas las herramientas, y a fuerza de clavos, tablas y martillazos arregló los agujeros del techo.

También pintó las paredes de blanco y las ventanas de verde.

Y aún le quedó tiempo para ir a la escuela, y de sentarse en un banco y de escuchar a la maestra con tanta atención que empezaron a dolerle las orejas, pero se sentía muy pero muy contento porque había aprendido mucho…

Al volver a su casa, la Mamá le dio un gran beso y le había preparado una torta de zanahoria.

Pepito ya no era más un conejito haragán, había aprendido a trabajar y su Mamá estaba muy orgullosa de su hijito.

Y colorín  colorado este cuento se ha acabado.


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