martes, 6 de enero de 2009
TEODORO, el gato amigo...
sábado, 3 de enero de 2009
ROSITA, la ardillita glotona…
2- ROSITA, la ardillita glotona…
A algunos niños les gustan los globos… Pero a Rosita, la ardilla, le gustaban las nueces. Todos los días, cuando se despertaba, iba a la cocina. Se subía en un banquito y agarraba una lata de arriba del mueble. Allí estaban las nueces.
Después de lavarse la cara, se cepillaba el pelo ( ya que era muy coqueta), y salía de su casa.
Pasaba al lado de un árbol grande, y de otro chiquito: detrás se veía un frasco. ¡Y le comía la miel de su escondite al oso pardo!.
-Solo me falta una cosa- se decía Rosita. Y con un golpecito alegre llamaba a una puerta.
-¿quién es?- preguntaba Don Topo, sin ver.
Pero Rosita, muy calladita, le sacaba el azúcar y le ponía unos copitos de algodón.
Claro, Rosita estaba muy contenta con la barriga redondita… pero sus amigos del bosque se enojaron y decidieron darle una lección. Entre todos levantaron una casa chiquita con ventanas y buzón, ¡y se la regalaron a Rosita!
-¡Qué buenos son ustedes!-dijo la ardillita, besando emocionada a sus compañeros.
Y se encerró en su casita. ¡Entonces descubrió en un estante nueces, miel y azúcar. ¡Pronto tuvo los bigotes llenos de golosinas!
Al día siguiente vino Luís, el canguro:
-¡Hola, Rosita, te invito a mi fiesta!
-¡Pero eso si que es una buena idea!-respondió Rosita.
Y en ese momento descubrió una cosa:¡Había comido tanto que no pasaba por la puerta!
Primero empujó un poquito, luego otro más, pero no había caso.¡No podía salir!
Y allí se quedó apoyada en la ventana, con cara de disimulo, mientras sus amigos iban a la fiesta de Luís el canguro.
Desde esa vez, todos los días, no bien se despierta, Rosita va a la cocina. Se sube al banquito, toma las nueces y sale de casita.
Así, si come mucho, no se perderá la fiesta de nadie, ¡pues ya está afuera!
Y colorín colorado este cuento ya se ha acabado.
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jueves, 1 de enero de 2009
PEPITO, el conejito haragán
Había una vez un simpático conejito llamado PEPITO, que era el más haragán de todos los conejos.
Se pasaba todo los días sentado en el tronco de un viejo árbol con una flor en la boca y mirando el ir y venir de los pajaritos.
Cuando se aburría de mirar los pajaritos se iba a corretear por las flores, a cazar las alegres y brillantes mariposas.
¡Era muy lindo correr entre las margaritas y las violetas!
Cuando se cansaba de cazar mariposas, le pedía prestado el violín al simpático Tío Grillo, y salía rapidito para el bosque tocando y bailando, sin acordarse para nada de ir a la escuela y estudiar o ponerse a trabajar.
Pero un día, encontró a su Mamá llorando.
-¿Por qué lloras, Mamita?- preguntó Pepito.
-Porque ya estoy muy vieja, y no puedo buscar zanahorias para comer. Y porque el techo tiene muchas goteras…
Entonces, al ver a su Mamá tan triste Pepito también se puso a llorar, porque él quería mucho a su Mamá.
Esa misma mañana pidió una pala a los enanitos del bosque, y se fue a buscar zanahorias para que su Mamá no llorara más.
Después, fue con el Señor Oso y le pidió prestadas las herramientas, y a fuerza de clavos, tablas y martillazos arregló los agujeros del techo.
También pintó las paredes de blanco y las ventanas de verde.
Y aún le quedó tiempo para ir a la escuela, y de sentarse en un banco y de escuchar a la maestra con tanta atención que empezaron a dolerle las orejas, pero se sentía muy pero muy contento porque había aprendido mucho…
Al volver a su casa,
Pepito ya no era más un conejito haragán, había aprendido a trabajar y su Mamá estaba muy orgullosa de su hijito.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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