-¡Rabito ya es grande; pronto irá a la escuela!- dijo un día su mamá.
El cachorrito la escuchó y, sin esperar más, salió corriendo de su casa, se fue trotando por la calle y llegó a la escuela.
Rabito estaba tan contento de estar en la escuela que saltó de alegría y de paso, tiró de una cuerda y, ¡tocó la campana!
¡Y todos los niños salieron rápidamente al recreo!
El portero corrió para atraparlo, pero Rabito se metió en un aula. Husmeó por todos lados pero lo que más le gustó fueron las tizas.
-¡Hummm! ¡Huesos! - dijo Rabito - ¡Con lo que a mí me gustan!
Con un montón de tizas en la boca, corrió al jardín para hacer lo que hace todo perrito educado con los huesos. ¡Y empezó a enterrar las tizas!
- ¡Atrapen a ese perro! - gritó el portero.
Y lo atraparon. Pero como Rabito era tan simpático la maestra le permitió que se quedara en la clase un ratito.
¡Y como tenían clase de dibujo, todos los niños dibujaron a Rabito!
Al mediodía, Rabito volvió a su casa con el hocico blanco de tiza.
-¡Rabito! - dijo su mamá - . ¿Dónde estuviste?
-¡En la escuela! - contó su cachorro -. ¡Ya estoy en primer año!
Entonces su papá, a pesar de que tenía muchas ganas de reír, se puso serio y le explicó:
- Hay una escuela que te gustará más que esa : es la escuela de los cachorritos. ¡Allí queríamos mandarte!
Al día siguiente empezó a ir a clases. Un perro muy sabio le enseñó a saltar cercos, atrapar una pelota en el aire y a esconder huesos.
Rabito corrió hasta cansarse. Y pensó:
"!Ésta sí que es una escuela divertida!"